#F02. Plumas: El Peso de Nuestras Palabras

(Una Fábula de Enseñanza)

Había una vez, antes que la Tierra se enfriara, un estudiante y un maestro. Un día el estudiante se acercó al maestro y le dijo, "Maestro, estoy en problemas." 

"Ajá", dijo el maestro, "la señal de la sabiduría. Decidme hijo, qué os preocupa?". 

"Temo que yo puedo haber causado daño a otro, porque di información que no me fue pedida.  ¿Qué podría hacer para reparar el daño hecho?." 

"Para reparar el daño, entrad al granero donde viven las personas de Plumas, " dijo el maestro," y allí, con el consentimiento de las personas de Plumas, coleccionad tantas como podáis de las más pequeñas, las más suaves, las más blancas, plumas caídas así como fueron las palabras habladas que no fueron pedidas. Cuando hayáis coleccionado esta considerable cantidad, ponedlas en vuestra bolsa de viaje, agradeced a las Personas de Plumas por su regalo y regresad a mí por instrucciones adicionales". 

El estudiante hizo lo que su maestro le pidió, y alegremente, porque él estaba ansioso de reparar el daño que había hecho a otros, innecesariamente. Cuando había recogido del granero un número grande de Plumas caídas, regresó tal como su maestro le había pedido. 

"Ahora", dijo el maestro al estudiante, "llevad al mercado la bolsa de Plumas caídas, suaves, blancas. Id por cada calle de arriba a abajo, colocando una, y sólo una, de las Plumas caídas, en el dintel de la puerta de cada hogar de quien hayáis conocido por casualidad. Cuando todo se haya hecho de esa manera, cuando su bolsa de Plumas caídas esté vacía, volved a mí para el próximo paso hacia la redención." 

De nuevo, el estudiante fue ávidamente a su labor. Después de muchas horas de trabajo duro, él regresó donde su maestro. 

"Maestro, he hecho tal como me instruyó. ¿Cuál es el próximo paso?", dijo el estudiante, ávidamente. 

"Ahora debéis desandar vuestros pasos a través del pueblo; y, en la medida en que lo hagáis, debéis recuperar cada una de las Plumas, una a la vez, del dintel de cada casa", contestó el maestro. 

El estudiante, muy desanimado y con lágrimas en sus ojos, dijo, "¡Pero, maestro! ¡Las plumas eran muy livianas! ¡Seguramente ya habrán volado lejos! Yo sólo podré recuperar algunas pocas Plumas, en el mejor de los casos! ".

"Así es con las palabras", contestó el maestro. "Una vez dichas, nunca pueden ser de nuevo como eran--no oídas. Por consiguiente, yo os digo, guardadlas bien. Recordad siempre que el silencio es oro. Si la prudencia demanda que el silencio se rompa, permitid entonces que el compartir valga más que el silencio roto! ".